Hoy sólo puedo escribir.
No quiero soltar una lágrima porque si empiezo a llorar, podría hacerlo hasta que se me secaran los ojos.
Estoy desfragmentada. Los pedazos de mi alma fueron desgarrados por mí misma, yo me lo hice.
Cada día se reúnen, los trocitos se agrupan como en un rompecabezas, y parece que todo vuelve a la normalidad, pero llega la noche y se vuelven a deshacer, a alejar los unos de los otros.
Es un juego que va a terminar destruyéndome un buen día.
Ya ni me reconozco.
Esta noche, en MSN no estoy para nadie.
Esta noche, nada de vidas ficticias en Popomundo.
Esta noche, sentí el impulso irrefrenable de escribir.
Nada de narrar la segunda parte de "La escalera". Nada de inventarme historietas para evitar hablar de mí misma acá.
Hoy sólo necesito sacarme estas sensaciones de adentro, en forma de palabras. Aunque no las pueda decir en voz alta. Aunque no tenga nadie con quien hablarlo. Aunque nadie lea esto. Aunque nadie me entienda.
Hoy venía en el auto, centrada en mis tribulaciones diarias, ya casi convertidas en rutina fija, cuando al llegar a la avenida, vi lo que parecían las consencuencias de un choque.
Autos, gente preocupada, la policía desviando el tránsito, y algo tirado en el suelo.
El sólo pensar que puedo haber tenido a la muerte en frente de mí me hizo sentirme a la vez, culpable y avergonzada de mis temores infantiles, de mi estrés universitario, de mis problemas amorosos de novelita.
El pensar que ese bulto en el piso podría haber sido alguien a quien amo, o incluso yo, borró por un rato toda preocupación de mi mente.
Pero luego, como pasa siempre (en especial después de ver documentales en la tele de gente que la pasa diez mil veces peor que uno), esas imágenes se enfrían y vuelven las que soporto todos los días.
Me persiguen, doblan la esquina conmigo, hasta se suben al colectivo. Me recorren entera. Son como una película que se proyecta una y otra vez en mi cabeza.
Sé que hay cosas peores, sé que lo mío es casi imperceptible (tanto que sólo las personas con las que he hablado del tema pueden llegar a sospechar algo).
Siempre supe disimular, disfrazar bien las depresiones, hacerlas pasar por nervios del tipo "se me vienen los parciales y estoy pintada".
Nunca fui una amiga ejemplar, tengo miles de defectos, pero algo que siempre me dicen, es que mi don es escuchar.
Y yo escucho, y escucho, y escucho. Analizo, animo, comprendo, doy consejos, y veo cómo los demás resuelven sus cosas. Y me alegro con ellos y por ellos. Y festejo sus triunfos. Y hasta vivo a través de ellos.
Pero a veces quiero hablar yo, de lo que me pasa, de lo que siento...
Algunas personas me dan pie para eso, y aunque nunca se los diga, me siento muy afortunada de tener gente así a mi alrededor y los aprecio más de lo que piensan.
Pero, cuando empiezo a largar todo, enseguida me siento una carga, y dejo de hacerlo.
Si me preguntan, tengo frases preparadas en mi repertorio: "Después hablamos, ahora estoy haciendo algo de la facu", "acá ando, aburrida, ¿vos?", o "sí, todo va mejorando de a poco"...
Llega un momento donde digo STOP. Basta para mí, no juego más. Me quiero bajar pero la calesita sigue dando vueltas conmigo arriba. Y veo pasar todo a mi alrededor, gente que ríe, gente que se relaja, que pasea.
Y yo sigo anclada al mismo lugar, viendo cómo la vida misma pasa ante mis narices y me deja atrás.
Siempre es así, siempre es igual.
Me siento fatal.
Realmente fatal.
No un poquito, no un transitorio cambio de humor.
Me siento fatal, fatal, fatal. Lisa y llanamente mal.
Y al carajo con los buenos modales, las frases bonitas y toda esa patraña de historias cuidadosamente elaboradas, melosas y sin sentido que inundaron mi blog.
Así soy yo, así estoy yo ahora.
Estoy en lo más profundo de mi desastre.
Nunca más enredada, nunca más lejos de la salida.
Es el corazón del laberinto, y ni siquiera estoy buscando los caminos hacia afuera. Supongo que me senté contra el seto y me puse a mirar el cielo, y me perdí.
No sé si quiero que me encuentren. No sé quién quiero que me encuentre. No sé si quiero salir.
Sólo quiero que se aligere el peso. Poder de alguna manera liberar, alivianar esta cruz.
Hecha de tantas cosas... Miedos, estrés, preocupaciones, culpas, prejuicios, olvidios, vergüenzas, soledad...
Sobre todo soledad.
No soledad de estar solo. No soledad de sentirse solo.
Soledad de sentirse acompañado, de saber que hay gente alrededor dispuesta a ayudar, pero sin embargo, sentirse solo de todos modos.
Soledad de ver una barrera entre uno y los demás. De no saber cómo llegó ahí. De querer que no exista.
Soledad de querer ser uno más y a la vez sentirse seguro en ese refugio personal a prueba de suicidas que se quieran acercar.
Estoy en mi rincón de siempre, pero esta vez es más oscuro que nunca.
Mierda.
Esa puta sensación otra vez. Quiero gritar BASTA.
Quiero preocuparme por cosas como "¿salís hoy?", "¿qué te vas a poner?", "¿nos tomarán el práctico 7 en el parcial?".
Y no puedo. Por qué seré tan complicada, ¡Dios!. Por qué dejé entrar en mi vida toda esa cosa de las dudas existenciales, la metafísica y esa sarta de pelotudeces que te terminan haciendo un ñoño con tendencia a la depresión.
Maldito síndrome de Lisa Simpson. Verdaderamente estúpido. Quiero ser un Bart cualquiera.
Si tan sólo pudiera identificar qué es lo que me lastima...
Pero son tantas cosas mezcladas y acumuladas en todos estos años, que ya no sé qué es qué, quién fui, quién dejé de ser y quién está ahora adentro de mí.
Es muy duro ver durante todo el día que hay alguien que se despierta en tu cama, toma tu desayuno habitual, cursa tus materias, besa a tu pareja, ve tu programa favorito y mima a tu gato. Es muy raro y loco al mismo tiempo, sentirse tan afuera de esa persona, que se llama como vos y se sienta en tu lugar de la mesa.
Lo sé porque es lo que me pasa. No sé en qué momento sucedió. No sé si esa yo ocupó mi lugar, o si yo la abandoné, dejándola sola.
Creo que me fui de mí. Quizá por eso me siento sola, porque me abandoné hace tiempo.
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