domingo, 23 de marzo de 2008

¿Por qué odio... los programas de cocina?

Para las personas tan inútiles como yo, que no sabemos cocinar, es complicado recordar el modo de preparar cualquier cosa (sí) (punto).
Hay varias razones por las que odio los programas de cocina, y los he tenido que soportar porque a mis padres les gustan mucho.
Mi principal tortura es la voz de las minas (en su mayoría son mujeres) que los conducen. Me resultan increíblemente chillonas, desconcentrantes, monótonas y tediosas. Hacen pausas en los momentos más inoportunos de cada oración, y la siguiente frase la empiezan en un tono más agudo que la anterior. No me extrañaría que las oyeran los murciélagos en algún momento.
Por otro lado está la musiquita pedorra que les ponen de fondo, a veces instrumentales y otras veces temas populares de una década atrás (hasta he llegado a escuchar la famosa "ojalá que llueva, que crezca el Cucumelo"; seguramente en diez años estén pasando la del bombón asesino).
Cuando empiezan a cocinar, lo hacen desprolijamente y ves cómo se va formando una bola seco-defo-pastosa que nadie, realmente nadie en su sano juicio comería.
Pero claro, se saltean pasos porque en cámara no pueden tardar tanto y te muestran un cacho de postre enorme lleno de porquerías (ante el cual el hígado te pide porrr favorrrr, suplicándote con las manitos en posición de rezo) que ninguna persona que no sea pastelera podría imitar.
Para mí que son de plástico.
Y encima de que tardan media hora en hacer algo (que en la vida real te tarda 3 horas o más), te pasan la receta rapidísimo y en 15 segundos se supone que tenés que alcanzar a anotar todo. ¿Están locos?
¿Pretenden que la gente grabe en video sus programas?
¿O que ejerciten la memoria?
¡Odio los programas de cocina!
La cocina no es lo mío y esta clase de espacio televisivo me hizo terminar de empezar a odiarla.
Llamame al delivery, negro.

Quiero ir a la luna


Quiero ir a la luna. Pero no llegar a ella, sino ir. Quiero hacer ese viaje, y que todo lo que vea a mi alrededor sea puro espacio vacío y negro. Quiero sentir que me deslizo y que aunque avanzo nunca estoy más cerca. Quiero perderme en la espesura de ese infinito incoloro. Quiero nadar, volar, pasear en un jardín de estrellas lejanas y tiempo sin límite. Me atrapa la idea de una total ausencia de sonidos y de texturas y de olores y de cualquier tipo de atadura.


viernes, 21 de marzo de 2008

¿Por qué amo... La lluvia?



Tengo vagas imágenes en mi mente de mí misma con muchos menos años, mejillas igual de rosas que siempre, con la carita pegada al vidrio mirando las gotas caer.
Pero seguramente las estoy inventando inconscientemente y nada de eso existió.
La cosa es que amo la lluvia. Me pone bien saber que va a llover.
En especial en verano, porque las primeras lloviznas pegan en el asfalto recalentado por el sol y se siente ese olorcito tan particular.
Y hasta en el aire se huele que algo se avecina.
Es raro de explicar, como un presentimiento, una suerte de pacto entre las nubes y yo.
El cielo va cambiando de color y adopta tonalidades de azules grisáceos tan profundos que te dan ganas de sumergirte en ellos como si fueran un mullido colchón esperando que saltes en él.
¡Y el ruido que hace golpeando los techos! ¡Y la manera en que las gotitas quedan pegadas a mi ventana! Suena infantil, y probablemente lo sea, pero me maravilla, y hasta me cambia el ánimo cuando el cielo llora.
La lluvia tiene una mística alrededor, que no sé de dónde sale, porque nadie me la inculcó, simplemente me atrapa y me fascina como el encantador a su serpiente.
¿Será quizás porque tiene fama de purificadora? ¿Será que representa los deseos que tiene uno a veces de lavar sus heridas y dar un empujoncito a las cosas que queremos borrar de nuestro presente?
¿O será simplemente porque supone un acontecimiento singular que interrumpe tu día sin poder hacer nada? Porque nadie puede controlarla, contenerla, atrasarla, impedirle que caiga.
Es ella y sus ganas de existir.
Aunque ella no sabe que existe.
O quizás sí.
Hay que prestar atención a sus susurros.

Cosas poco sexies que hago

Ésta es una lista de hábitos míos que mis amigos consideran un insulto a las buenas costumbres y al concepto de dama.

1. Tomar soda directamente del sifón. Nótese que dejo el sifón pendiendo sobre mi boca a unos 10 cm. para no "contaminarlo" y que otras personas puedan tomar también sin ser afectadas por mis gérmenes. Esto supone que tengo que andar maniobrando para que caiga el chorro en la boca, aunque a veces se me resbala por el mentón, o incluso me atraganto.
2. Desprenderme el primer botón del jean cuando me siento. Lo hago en la facultad, en la pizzería, en los cumpleaños, etc. Es que me aprieta. No es mi culpa adorar los hidratos de carbono.
3. Subirme un poco la media o panty o fusó o como se diga, en público. Es que se me baja y me da pereza buscar un baño para subirla y dejarla en su lugar.
4. Sentarme indecorosamente sin reparo alguno de la posición en la que quedo. La cuestión es la comodidad, no el arte de sentarse. Punto.
5. Comer todo con la mano.
6. Secarme las manitos con el mantel. Es genial, es mucho más amplio que las servilletas.
7. Guardar el chicle usado. Ya no lo hago. Porque ya no como chicle.

8. Censurado, demasiado asqueroso para publicarlo.
9. Más censuras.
10. Mmm... Creo que no puedo seguir con esta lista.

jueves, 20 de marzo de 2008




Se deslizan entre las fibras de mi pelo los más hermosos colores, como niños felices jugando en toboganes. Pequeñas esferas triangulares bailan al compás de una lenta melodía triste. Túneles púrpuras se precipitan a la siguiente dimensión incitando a la aventura. Relojes se derriten y resbalan por las paredes de mi desesperanza. Suena una gaita de fondo. Los muebles se ordenan solos y se miran agobiados. Nada existe, ya no más. Nunca nada fue.

domingo, 16 de marzo de 2008

Siempre para siempre



"Y vivieron felices para siempre"...

Claro que nadie te cuenta que años después la hermosa princesa engordó 15 kilos, ya no le andaban los vestiditos de doncella (de doncella le quedó sólo el nombre); le salieron arrugas; rezongó con los chicos y fregó todo el castillo... Mientras el príncipe se iba de jolgorio con los amigos o se dejaba tentar de vez en cuando por alguna que otra bruja malvada, 10 años más joven.

Como siempre digo, "final feliz" es una contradicción (gracias Dawson Leery, gracias).
Pero, sin duda, peor que las historias que terminan, son las que se quedan dando vueltas en el lugar sin avanzar. Se retroalimentan y se contaminan, se trasmutan, se camuflan, pero en el fondo es la misma historia que se repite constantemente.
(Uy cayó un tema zarpado en el Winamp) (Perdón por la interrupción) (♫Oh yeah, it's in his kiss...♪ Uououoh...♫)
Como venía diciendo... No creo en los finales felices, porque no creo en los finales.
Basta.