lunes, 19 de mayo de 2008

La escalera - Parte I

La ventisca queda afuera, y entro yo, haciendo mucho ruido porque la puerta cruje hace años.
Cambio el frío invernal por el cálido recibimiento del edificio donde vivo. Tirito un poco.
Mis tacos hacen ruido en el vacío vestíbulo.
Me acomodo un poco el pelo al pasar frente al espejo y me observo con aire abatido, como sea que lo intente, nunca voy a estar arreglada.
Soy como una criatura salvaje a la que domesticaron un poco, le enseñaron a caminar sobre dos patas, comer con cubiertos y que ahora usa Channel, zapatos y un lindo trajecito combinado.
Ni miro el ascensor. Sigo hasta la escalera. Tengo fobia a los ascensores, hasta sueño con ellos. Aunque más con escaleras a las que le faltan tramos enteros. No sé por qué y no me interesa, pero agradezco vivir en el primer piso.
Prendo la luz del descanso. Siempre me pregunté por qué la lucecita de la perilla es roja, ¿por qué de un color tan feo?
Paso por la puerta del A. El viejo volvió a perder a su tortuga y la llama a gritos. Nunca supe de una tortuga que responda a su nombre, la verdad... Río para mis adentros.
Los del B peleando, otra vez.
Nunca supe quién vive en el C. A veces se escucha un piano. Tampoco es que me interese demasiado.
Bueno. Confieso que una vez me acerqué a escuchar y ver si podía captar una palabra.
Ok. También toqué el timbre (preparando mi mejor vocecita de: "hola, soy la vecina, necesitaba un poco de azúcar"), miré por la cerradura, fingí doblarme el tobillo frente a su puerta, y hasta hablé a los gritos por celular a la hora de la siesta.
Y nada. La única que salió a mirar la anciana poco amigable del D, ésa que se queja de mis tacos y de mi gato.
Paso por el C, controlando el impulso de quedarme escuchando un poco (lo malo de usar zapatos, además de lo incómodos que son, es que no puedo hacer como que estoy atándome los cordones).
- Hum... Siempre con esos tacos vos eh.
- Hola Carmen, siempre tan atenta usted - Sonrisa falsa.
El E. Por fin. La llave encuentra la cerradura y la puerta se abre.
Tiro el llavero sobre la mesita que está en la entrada con el único objetivo de poder hacer eso.
Un zapato afuera, otro zapato afuera y a tirarse en el sillón.
Suspiro.
Me suelto el pelo, deseando que se invente el vaso de Coca-Cola autoservible y autollevable. El cansancio le gana a la sed.
Mi gato ya no es capaz de venir a saludar, se queda durmiendo en su almohadón y apenas abre un ojo.
- Qué, ¿intentás caerle bien a Carmencita vos?
Me mira como ofendido.
Y entonces, la música.
El piano ese otra vez...

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