Música de fondo(abrir en otra pestaña para poder leer jeje)Que todavía hay tiempo.
Que todavía se puede.
Que todavía vale la pena.
Que todavía hay alguien que te piensa en algún momento del día, mientras ordena su cuarto, mientras camina por la calle, o al irse a dormir.
Que todavía quedan intentos.
Que todavía podés dejar que te maten y empezar el nivel de nuevo porque no es tu última vida.
Que podés darte la cabeza contra la pared un par de veces más antes de que se rompa... la pared.
Que aún quedan cosas por decir, y que tenés que animarte a decirlas.
Que de miedos y arrepentimientos está lleno el mundo.
Que hace falta coraje.
Que sobran razones por las cuales eso no va a funcionar, pero encontrar al menos un buen motivo que te demuestre lo contrario, te puede cambiar la perspectiva de las cosas.
Que elegimos el camino también al fin del trayecto.
Que si no nos gusta cómo avanza todo, podemos desandar lo caminado y tomar otro rumbo.
Todo lo que vale la pena asusta... Pero, qué haríamos sin el miedo...
(...)
Y otra vez la adrenalina.
Qué torturantemente bien se siente.
Saber que nunca pero nunca será. Que no tiene pies ni cabeza.
Que es imposible.
Cómo amamos lo imposible.
Nos hace sentir desdichados, condenados, infelices.
Sin embargo adoramos esa idea.
Nos desafiamos con cosas que nunca van a ser más reales de lo que lo son en nuestras mentes.
Ni siquiera nos animamos a admitirlo, como si decirlo zanjara la cuestión de su existencia.
Morirse de ganas. Contenerse. Jugar al gato y al ratón. Manejar las indirectas como títeres. Negar todo. Estar a punto de hacer una locura. Entrar en razón. Reírse. Avergonzarse.
Lucha interna entre lo que debemos sentir y lo que quiere ser sentido y grita por ser escuchado.
¿Y a dónde nos lleva? A ningún lado, o al fin.
Quién sabe.
¿Qué pasa?
De repente me encuentro perdida. Me sorprendo y me odio.
(...)
¿Qué está pasando? ¿De dónde sale esto? ¿Desde cuándo?
Tengo que frenarlo.
Esto no puede avanzar.
Pero si me lo propongo, más inevitable se hace.
Imposible. Inalcanzable. Inaudito.
Sí, sin dudas eso es.
Es imposible, con todas y cada una de las letras que forman esa palabra. Necesito decirlo en voz alta para que se haga real.
Inalcanzable, porque además de no poder ser, está mucho más lejos de lo que puedo aspirar.
¿O no?
No, no, basta, no te confundas nena, es inalcanzable.
Al menos hoy...
No. No te engañes, es inalcanzable para siempre.
Cierto. E inaudito. ¡Qué dirían si lo supieran!
¿Lo sabe alguien?
Probablemente no.
¿Alguien se imagina?
No, pues seguramente que no... Ojalá que no...
¿Seguro?
Deseo que no se lo imagine nadie...
Salvo que... Nada, no me hagas caso.
Como digas. Nunca te entendí.
Yo tampoco, ¿cómo querés que te entienda? Sos la parte irracional de esta esquizofrenia, es evidente y necesario que no te entienda.
Porque no querés...
Claro que no quiero.
Porque tenés miedo.
¡Ja! ¿Miedo decís? ¿Miedo de qué?
De darte cuenta.
¿De qué?
De que soy la que te dice lo que en realidad pensás. No esas tontas ideas moralistas que tenés aprendidas de memoria.
¿Y qué si me da miedo? ¿No tengo derecho acaso?
Claro que sí, nena, de lo que no tenés derecho, es de traicionarte.
¿Vos creés que me estoy traicionando?
No importa lo que yo piense, importa lo que vos pensás.
¿No dijiste que vos me decís qué debo pensar?
Veo que no has entendido nada.
Puede que no quiera entender.
Es verdad, y también puede que te odies hoy por los lugares a donde va tu mente cuando te colgás, pero más te vas a odiar dentro de mucho tiempo cuando te des cuenta de que se vive de los hechos y no de las fantasías.
No sé qué contestar a eso.
Parece que vamos llegando al punto, y que finalmente, nos estamos entendiendo.
No, cada vez te entiendo menos, cada vez me entiendo menos. Ya no sé qué quiero hacer. Ya no sé dónde, ni cuándo ni con quién quiero estar.
¿Segura?
No, no estoy segura de nada. Sólo tengo un presentimiento y no quiero que ésa sea mi brújula. Quiero algo real. Y tengo miedo de que se vuelva real. Tengo miedo de que pase del pensamiento a la palabra, y de la palabra a tenerlo en frente de mí. Le tengo más miedo a la palabra. Creo que no podría resistirlo.
Negarías todo... Bueno, depende de quién te lo preguntara, claro.
Adivinaste. Podríamos decir que sí, negaría todo y huiría, porque es imposible...
Parece que de eso sí estás segura.
Sí... Y extrañamente me decepciona.
Ya sé que dirás ahora... Balbucearás algo sobre los momentos más inoportunos...No me lo eches en cara, sabés que soy así, y que me odio por admitirlo.Vivís de las emociones vos eh, no podés resistirte ante un poco de adrenalina.
(Ideal para leer escuchando "Those sweet words" de Norah Jones)¿Cuándo sucedió? Lo perdimos en el camino... Lo olvidamos quizá... Se desprendió sin darnos cuenta...¿O acaso algo cambió? En mí, en vos, en los dos.Cuándo es momento de decir adiós, cuándo hasta pronto, y cuándo es mejor no decir nada... No lo sé.Cuándo hay que callar en el teléfono, escuchar, colgar sin agregar una sóla palabra más. Tragarse las cosas que quedaron por decir.No lo sé, y no te miento.En qué instante algo se quebró, si es que fue en un instante.En qué minuto algo se extinguió, se apagó, se terminó, se cerró...No lo sé, no me preguntes.
Cuándo mis oídos de taparon por completo y mis ojos se nublaron. Cuándo quise dejar de escuchar, dejar de ver, dejar de sentir.When did I become so comfortably numb?
Que no lo sé, te he dicho, y que ya no hagas preguntas.Necesito algunas respuestas, pero aún no alcanzo a formular las preguntas correctas.Ése es el punto.No, no me canso de tener problemas, me canso de tener siempre los mismos.No, no me quejo de las cosas aburridas que me rodean, me quejo justamente del aburrimiento que me abruma y me embota los sentidos.Hoy es el cuándo lo que me persigue, mañana tal vez sea el porqué, pero precisar el momento exacto, puede ayudarme a encontrar razones.De todos modos, los motivos no son lo que busco... Hoy sólo me pregunto cuándo...¿Cuándo qué?Pues no lo sé, si lo supiera, no tendría sentido.Suena The Magic Numbers de fondo, nada podría combinar más con esta situación, este ambiente, este pequeño momento, que será probablemente relegado a lo más recóndito de mi memoria, en breve, o dentro de un tiempo, no sé cuánto.Hoy, no sé nada.Hoy no.Hoy no soy.Hoy no existo.Hoy no me conocés.Hoy no me conozco.Hoy me siento en el pasto, al costado de la huella, a descansar, a oler la tierra, a tomarme el cielo.
Hoy sólo puedo preguntar.
Hoy no tengo respuestas, así que no hagas preguntas si no puedo contestártelas. Sin embargo nunca me había sentido tan llena y tan real como hoy.
Ya lo sé, para vos seguiré siendo un lindo signo de interrogación, por un tiempo más.¿Y cuánto es un tiempo?No lo sé, pero, ¿de verdad querés saberlo?A veces, no nos hacemos las preguntas justas, por miedo a las respuestas. Pero algo me dice que eso no va a cambiar, somos así, fuimos hechos así.No tengas miedo, sólo acompañame a esperar, o simplemente quedate al lado mío sin hacer preguntas, y nunca podré terminar de agradecértelo.
Sé mi mejor amigo, como solías serlo. Sé todas esas cosas que me hacen bien, y no me pidas nada más.
No hoy. Porque hoy no pueden salir de mí nada más que dudas sin resolver, oraciones sin completar, sólo... sólo quedate.
Quedate donde pueda verte, donde pueda acudir rápido a vos cuando tenga miedo.
Quedate cerca, pero dejame respirar, dejame ser, dejame odiarme si es eso lo que necesito.
Dejame sacarnos el disfraz.
Dejame vernos tal y como somos.
Dejame odiarte por un momento, para volver a amarte como siempre, como nunca, como alguna vez te he amado...
¿Hasta cuándo voy a estar así?
No lo sé, pero la ruta es larga y desierta, y si querés acompañarme, meté la paciencia y la comprensión en la mochila; un poco de jugo de naranja, porque sabés que no me gusta el agua; también un par de abrazos y sobretodo ponete zapatillas, porque los pies duelen después de caminar tanto...
Y conmigo nunca estaremos en el mismo lugar, así que tenés que acostumbrarte a mi bonito desastre.
¿Venís?


Viernes.
Camino tranquilamente, descendiendo por la loma desde la que se ven casi todas las luces de la ciudad.No hay una pizca de viento. La noche está calma y deliciosa.Se escuchan grillos y algunos sapos. Miro hacia arriba y aprecio la inmensidad del cielo negro; me absorbe. Más negro para mí que para los demás, porque sin los anteojos, veo muchas menos estrellas. Realmente muchas menos. Pero no importa.Escucho mis pasos, sin eco esta vez. Casi arrastro los pies, con una parsimonia envidiable y hasta molesta. Llego al final de la cuadra, a mi izquierda, la desierta vía del tren, a mi derecha, la pequeña e intransitada calle que lleva hasta mi casa.Doblo a la derecha, y continúo avanzando, no sé verdaderamente cómo, pues a veces parece que me deslizara.
Los árboles arrojan sombras livianas y etéreas sobre la calle. El asfalto es clarito, casi blanco, ideal para andar en patines o bicicleta.
Es uno de esos momentos en que me extraño a mí misma con siete años, feliz, despreocupada, jugando carreras contra el viento en mi bici amarilla.Ahora las carreras las juego contra el tiempo, contra la rutina, contra todo lo gris y monótono que me aplasta cada día contra la pared.
Camino lento porque quiero retrasar al máximo el momento de la entrada. Pero mis pies sin querer me llevan hasta la puerta.Toco timbre, espero que me abran. Entro, prendo la pc, conecto el msn, abro el blog y comienzo a escribir.
Me lamento de no poder estar aún ahí afuera.Las tareas pendientes caen sobre mí como piedras del granizo, y es entonces cuando recuerdo todo lo que no hice en la semana.Y es una semana más que termina, en la cual me la pasé de aquí para allá, pero no estuve en ningún lado.Siempre me afectaron los viernes.
Sinceramente no recuerdo si esto lo posteé alguna vez, pero ahí va (algunos ya lo leyeron en la It's Pop de Popomundo pero retocado para que pareciera parte del roleo)... No me acuerdo cómo surgió esto, creo que lo escribí en el topic Desvaríos del foro de ese juego y me gustó mucho (lo cual es raro porque generalmente odio lo que escribo). Si bien ya me cansó bastante porque lo edité mucho para que me lo publicaran en la revista (éste que les dejo aquí es el original), no podía dejar de postearlo. Bueno los dejo leyendo mientras me voy a llevar a mi gatito a su camita porque está llorando acá al lado ^^
Te conocí sin saberlo, te encontré sin buscarte. Esa noche.
Caminaba apurada por una calle desierta. Sólo se oían los sapos y mis pasos. Era tarde, había tormenta, y vos seguías parado ahí, dejando que el agua se escurriera entre tu pelo, tu campera azul y tus jeans oscuros.
Tenías la mirada perdida. Parecía que no querías darle batalla a las gotas. Estabas rendido. Te miré extrañada y creí verte llorar. Y eran tus lágrimas las que de repente empaparon mi alma.
Caminé decidida hacia vos, mis zapatillas salpicaban el agua de los charcos. Te cubrí con mi paraguas. Levantaste la cabeza, y ahí fue...
Me miraste. Me miraste y fue tarde para cualquier tipo de arrepentimiento. Y clavé mis ojos en vos. Y cientos de burbujas nos rodearon y sentí que ya no tenía que buscar más.
Sin previo aviso me sacaste el paraguas y lo tiraste al suelo. Y no me importó la lluvia, ni que se me arruinara el peinado, ni el frío que sentía, ni el viento helado que nos golpeaba con sus invisibles e infinitos brazos.
Porque no sólo estábamos los dos, ahora éramos dos. O éramos uno. O ya no sé muy bien pero no me importó. Estábamos ahí, habíamos coincidido en esa esquina oscura, tranquila y muerta. Los faroles de la calle apenas iluminaban la escena. Pero se dio el milagro de encontrarnos, a esa hora, en el minuto exacto, en esa esquina gris, como si los dioses se hubieran puesto de acuerdo.
Y no necesitaba saber tu nombre, me alcanzó con conocer tus ojos tristes, desilusionados, esos ojos sin tiempo. ¿Quién te había herido así?, dejándote bajo la lluvia, vagando por el mundo sin nada por lo que luchar. Desconocía lo que hacías antes de encontrarte, cuando estabas perdido, cuando no sabías quién eras.
Pero no me interesaba, pues sólo deseaba curarte, cuidarte, estar con vos. Y el peso del tiempo ya no reinó sobre mí cuando nos quedamos como dos perros mojados, como tontos, como nenes, mirándonos sin decir nada.
Y sonreiste, y creí que me derretía. Sonreiste y volvieron las burbujas y fue como si pinceles con vida propia desparramaran sus mejores colores a a nuestro alrededor.
Fuegos artificiales explotaban en mi pecho, ruiseñores jugaban cerca de mi pelo, y te devolví la sonrisa.
Y nos quedamos en esa esquina, sin hablar. Pero sabía que te morías por conocer mi voz.
- ¿Dónde te escondiste todos estos años? - Te pregunté.
- En ningún lado. Comencé a existir cuando me miraste.

Tirados en medio de un campo amarillo, mirando las formas raras de las nubes. La brisa de esa primavera había llegado haciendo cosquillas a las plantas y se había quedado ahí, a su alrededor, jugando con ellos. Permanecían en silencio. El sol era tibio, agradable. No necesitaban ni hablar, ni tomarse de la mano siquiera. Sólo bastaba con estar ahí, uno al lado del otro.Él un poco desaliñado y con la ropa gastada, ella tan angelical como siempre, como si la tierra no la ensuciara o el viento no la despeinara.
Dentro de poco llegaría el verano y tendrían que despedirse. Todo lo que querían decirse se les atropellaba en la garganta y antes de decirlo dudaban, enmudecían. Decidieron que no era necesario discutir más sobre el tema. El día llegaría y no podrían hacer nada, porque el tiempo camina, salta o corre cuando tiene ganas.
Esas últimas semanas había pasado muy rápido pero... En ese momento, y sólo en ese momento, parecía que no existía. No es que se hubiera detenido sino que, por una vez en sus vidas no sentían su peso en los hombros.
Sabían que probablemente no se volverían a ver, que ese campo, esa casa, esas montañas, ese arroyito y ese sauce pertenecían a una época de su vida que tenía lugar esa primavera, y no fuera de ella.
Sentían un vacío al pensar eso pero era irremediable, y lo entendieron.
Se iría ella aquel diciembre y él partiría hacia el lado opuesto del camino. Se saludarían con la mano, con una mirada de ésas que te parten en dos.
Se extrañarían. Querrían volver corriendo a abrazarse o simplemente a ensayar risas y carreras en ese paisaje que parecía hecho para ellos y nadie más.
Lloraría ella, se quedaría él tirado en la cama mirando el techo. Ella lo recordaría al escuchar las canciones más tristes y él, cada vez que viera llover.
Sus amigas le dirían que está rara, sus amigos tratarían de convencerlo de que salga y se divierta.
Pasaría el tiempo. Las semanas se vestirían de meses, los meses de pondrían el disfraz de los años y poco a poco ese noviembre quedaría relegado al rincón latente de sus memorias.
Lo sabían, sin detalles claro, pero con la certeza amarga de que sería así.
Ella se casaría con un hombre sencillo y que la amara bien, tendría algunos hijos, sería una hermosa madre y esposa.
Él probablemente hiciera su parte, conocería a alguien que le prestara ratos de felicidad y hasta quizás se atrevería a enamorarse de nuevo.
Se encontrarían luego de muchos años, de casualidad, comprando regalos de Navidad, tal vez...
Ya no verían ese brillo en los ojos del otro y el campo amarillo parecería tan lejano.
Habrían cambiado, ni siquiera serían ellos mismos, pero estarían bien, tranquilos, con toda una vida hecha. Realizados al fin. ¿Felices? Seguramente, por momentos sí...
La llovizna cálida cayó sobre el campo amarillo y sobre sus caras. Entrelazaron sus manos y juraron no salir nunca del otro.
Es difícil despedirse, cuando se sabe que es para siempre.
Y entonces comprendieron que el presente era su única y verdadera venganza contra el futuro.


Digo quizás. Digo tal vez. Pero no digo nunca.
Digo que puedo encontrarte caminado por una vereda gris, una calle angosta llena de luces y carteles de neón, edificios altos, imponentes, orgullosos y exultantes.
O podés pasar apurado, arrastrado por una ola de gente sin cara, y no vernos nunca. Y separarnos antes de conocernos.
Digo que puedo cumplir todo lo que sueño, pero sueño cada vez menos.
Cumplo más años que promesas, tengo pocas mentiras que contar y caigo en la cuenta de que toda la vida es ahora (gracias Ismael)...
Tengo la mochilla llena de piedras y el corazón abierto.
Y sin embargo todo pasa tan rápido, o tan lento. Rápido cuando querés contenerlo, lento cuando te abruma lo que querés olvidar.
Me canso de no hacer nada, me canso del tiempo, me canso de cansarme.
Me pregunto, si no existiera el tiempo, ¿de qué me quejaría?
Para las personas tan inútiles como yo, que no sabemos cocinar, es complicado recordar el modo de preparar cualquier cosa (sí) (punto).
Hay varias razones por las que odio los programas de cocina, y los he tenido que soportar porque a mis padres les gustan mucho.
Mi principal tortura es la voz de las minas (en su mayoría son mujeres) que los conducen. Me resultan increíblemente chillonas, desconcentrantes, monótonas y tediosas. Hacen pausas en los momentos más inoportunos de cada oración, y la siguiente frase la empiezan en un tono más agudo que la anterior. No me extrañaría que las oyeran los murciélagos en algún momento.
Por otro lado está la musiquita pedorra que les ponen de fondo, a veces instrumentales y otras veces temas populares de una década atrás (hasta he llegado a escuchar la famosa "ojalá que llueva, que crezca el Cucumelo"; seguramente en diez años estén pasando la del bombón asesino).
Cuando empiezan a cocinar, lo hacen desprolijamente y ves cómo se va formando una bola seco-defo-pastosa que nadie, realmente nadie en su sano juicio comería.
Pero claro, se saltean pasos porque en cámara no pueden tardar tanto y te muestran un cacho de postre enorme lleno de porquerías (ante el cual el hígado te pide porrr favorrrr, suplicándote con las manitos en posición de rezo) que ninguna persona que no sea pastelera podría imitar.
Para mí que son de plástico.
Y encima de que tardan media hora en hacer algo (que en la vida real te tarda 3 horas o más), te pasan la receta rapidísimo y en 15 segundos se supone que tenés que alcanzar a anotar todo. ¿Están locos?
¿Pretenden que la gente grabe en video sus programas?
¿O que ejerciten la memoria?
¡Odio los programas de cocina!
La cocina no es lo mío y esta clase de espacio televisivo me hizo terminar de empezar a odiarla.
Llamame al delivery, negro.
Quiero ir a la luna. Pero no llegar a ella, sino ir. Quiero hacer ese viaje, y que todo lo que vea a mi alrededor sea puro espacio vacío y negro. Quiero sentir que me deslizo y que aunque avanzo nunca estoy más cerca. Quiero perderme en la espesura de ese infinito incoloro. Quiero nadar, volar, pasear en un jardín de estrellas lejanas y tiempo sin límite. Me atrapa la idea de una total ausencia de sonidos y de texturas y de olores y de cualquier tipo de atadura.

Tengo vagas imágenes en mi mente de mí misma con muchos menos años, mejillas igual de rosas que siempre, con la carita pegada al vidrio mirando las gotas caer.
Pero seguramente las estoy inventando inconscientemente y nada de eso existió.
La cosa es que amo la lluvia. Me pone bien saber que va a llover.
En especial en verano, porque las primeras lloviznas pegan en el asfalto recalentado por el sol y se siente ese olorcito tan particular.
Y hasta en el aire se huele que algo se avecina.
Es raro de explicar, como un presentimiento, una suerte de pacto entre las nubes y yo.
El cielo va cambiando de color y adopta tonalidades de azules grisáceos tan profundos que te dan ganas de sumergirte en ellos como si fueran un mullido colchón esperando que saltes en él.
¡Y el ruido que hace golpeando los techos! ¡Y la manera en que las gotitas quedan pegadas a mi ventana! Suena infantil, y probablemente lo sea, pero me maravilla, y hasta me cambia el ánimo cuando el cielo llora.
La lluvia tiene una mística alrededor, que no sé de dónde sale, porque nadie me la inculcó, simplemente me atrapa y me fascina como el encantador a su serpiente.
¿Será quizás porque tiene fama de purificadora? ¿Será que representa los deseos que tiene uno a veces de lavar sus heridas y dar un empujoncito a las cosas que queremos borrar de nuestro presente?
¿O será simplemente porque supone un acontecimiento singular que interrumpe tu día sin poder hacer nada? Porque nadie puede controlarla, contenerla, atrasarla, impedirle que caiga.
Es ella y sus ganas de existir.
Aunque ella no sabe que existe.
O quizás sí.
Hay que prestar atención a sus susurros.
Ésta es una lista de hábitos míos que mis amigos consideran un insulto a las buenas costumbres y al concepto de dama.
1. Tomar soda directamente del sifón. Nótese que dejo el sifón pendiendo sobre mi boca a unos 10 cm. para no "contaminarlo" y que otras personas puedan tomar también sin ser afectadas por mis gérmenes. Esto supone que tengo que andar maniobrando para que caiga el chorro en la boca, aunque a veces se me resbala por el mentón, o incluso me atraganto.
2. Desprenderme el primer botón del jean cuando me siento. Lo hago en la facultad, en la pizzería, en los cumpleaños, etc. Es que me aprieta. No es mi culpa adorar los hidratos de carbono.
3. Subirme un poco la media o panty o fusó o como se diga, en público. Es que se me baja y me da pereza buscar un baño para subirla y dejarla en su lugar.
4. Sentarme indecorosamente sin reparo alguno de la posición en la que quedo. La cuestión es la comodidad, no el arte de sentarse. Punto.
5. Comer todo con la mano.
6. Secarme las manitos con el mantel. Es genial, es mucho más amplio que las servilletas.
7. Guardar el chicle usado. Ya no lo hago. Porque ya no como chicle.8. Censurado, demasiado asqueroso para publicarlo.
9. Más censuras.
10. Mmm... Creo que no puedo seguir con esta lista.

Se deslizan entre las fibras de mi pelo los más hermosos colores, como niños felices jugando en toboganes. Pequeñas esferas triangulares bailan al compás de una lenta melodía triste. Túneles púrpuras se precipitan a la siguiente dimensión incitando a la aventura. Relojes se derriten y resbalan por las paredes de mi desesperanza. Suena una gaita de fondo. Los muebles se ordenan solos y se miran agobiados. Nada existe, ya no más. Nunca nada fue.

"Y vivieron felices para siempre"...
Claro que nadie te cuenta que años después la hermosa princesa engordó 15 kilos, ya no le andaban los vestiditos de doncella (de doncella le quedó sólo el nombre); le salieron arrugas; rezongó con los chicos y fregó todo el castillo... Mientras el príncipe se iba de jolgorio con los amigos o se dejaba tentar de vez en cuando por alguna que otra bruja malvada, 10 años más joven.
Como siempre digo, "final feliz" es una contradicción (gracias Dawson Leery, gracias).
Pero, sin duda, peor que las historias que terminan, son las que se quedan dando vueltas en el lugar sin avanzar. Se retroalimentan y se contaminan, se trasmutan, se camuflan, pero en el fondo es la misma historia que se repite constantemente.
(Uy cayó un tema zarpado en el Winamp) (Perdón por la interrupción) (♫Oh yeah, it's in his kiss...♪ Uououoh...♫)
Como venía diciendo... No creo en los finales felices, porque no creo en los finales.
Basta.