miércoles, 9 de abril de 2008

Predicciones



Tirados en medio de un campo amarillo, mirando las formas raras de las nubes. La brisa de esa primavera había llegado haciendo cosquillas a las plantas y se había quedado ahí, a su alrededor, jugando con ellos. Permanecían en silencio. El sol era tibio, agradable. No necesitaban ni hablar, ni tomarse de la mano siquiera. Sólo bastaba con estar ahí, uno al lado del otro.


Él un poco desaliñado y con la ropa gastada, ella tan angelical como siempre, como si la tierra no la ensuciara o el viento no la despeinara.
Dentro de poco llegaría el verano y tendrían que despedirse. Todo lo que querían decirse se les atropellaba en la garganta y antes de decirlo dudaban, enmudecían. Decidieron que no era necesario discutir más sobre el tema. El día llegaría y no podrían hacer nada, porque el tiempo camina, salta o corre cuando tiene ganas.
Esas últimas semanas había pasado muy rápido pero... En ese momento, y sólo en ese momento, parecía que no existía. No es que se hubiera detenido sino que, por una vez en sus vidas no sentían su peso en los hombros.
Sabían que probablemente no se volverían a ver, que ese campo, esa casa, esas montañas, ese arroyito y ese sauce pertenecían a una época de su vida que tenía lugar esa primavera, y no fuera de ella.
Sentían un vacío al pensar eso pero era irremediable, y lo entendieron.
Se iría ella aquel diciembre y él partiría hacia el lado opuesto del camino. Se saludarían con la mano, con una mirada de ésas que te parten en dos.
Se extrañarían. Querrían volver corriendo a abrazarse o simplemente a ensayar risas y carreras en ese paisaje que parecía hecho para ellos y nadie más.
Lloraría ella, se quedaría él tirado en la cama mirando el techo. Ella lo recordaría al escuchar las canciones más tristes y él, cada vez que viera llover.
Sus amigas le dirían que está rara, sus amigos tratarían de convencerlo de que salga y se divierta.

Pasaría el tiempo. Las semanas se vestirían de meses, los meses de pondrían el disfraz de los años y poco a poco ese noviembre quedaría relegado al rincón latente de sus memorias.
Lo sabían, sin detalles claro, pero con la certeza amarga de que sería así.
Ella se casaría con un hombre sencillo y que la amara bien, tendría algunos hijos, sería una hermosa madre y esposa.
Él probablemente hiciera su parte, conocería a alguien que le prestara ratos de felicidad y hasta quizás se atrevería a enamorarse de nuevo.
Se encontrarían luego de muchos años, de casualidad, comprando regalos de Navidad, tal vez...
Ya no verían ese brillo en los ojos del otro y el campo amarillo parecería tan lejano.
Habrían cambiado, ni siquiera serían ellos mismos, pero estarían bien, tranquilos, con toda una vida hecha. Realizados al fin. ¿Felices? Seguramente, por momentos sí...
La llovizna cálida cayó sobre el campo amarillo y sobre sus caras. Entrelazaron sus manos y juraron no salir nunca del otro.
Es difícil despedirse, cuando se sabe que es para siempre.
Y entonces comprendieron que el presente era su única y verdadera venganza contra el futuro.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad que esta entrada esta exelente. Felicitaciones Mai!!

JMH dijo...

Muy Bueno!!!
De verdad que es difícil despedirse (en mi caso de cualquier persona querida o cosa)...
Te juro que, por un momento, se me vino a la mente la canción Mi Caramelo...

Saludos!!

Hipolito dijo...

No puedo dejar de leer esta entrada. De una manera u otra me atrapó desde la primera vez que la leí. Tiene algo especial, no lo comprendo bien, pero me cautivó y no me deja seguir. No puedo terminar de entenderlo. No es que me sienta identificado tampoco. Tiene alma, o algo parecido. Y me intriga, mucho. Pero...

Mai dijo...

me alegra que te haya gustado... a decir verdad, no sos el único al que le pasa... suena mal viniendo de mí quizás, pero a mí también me gusta mucho esta historia :)
creo que una vez que escribo el último punto, ya no me pertenece más, es un ente en sí mismo, y por eso me doy el lujo de halagarla ^^