lunes, 9 de junio de 2008

Buenos Aires


Música de fondo

Te visité, Buenos Aires, después de cuatro años, y estabas igual, aunque para mí, cada vez que voy es como conocerte de nuevo. Es como si nos presentaran en cada viaje. Mientras yo te digo "encantada, mucho gusto", vos ni te enterás de mi existencia.
Todo en vos es movimiento, velocidad.
Me pregunto si será tan así todo lo que cuentan en la tele.
Fusionás los escenarios grises y antiguos, con los colores más estridentes.
Estás tan llena de historia, que se me llena el alma de emoción contenida, y me choca ver que la gente pasa como si nada, sin detenerse a mirar semejante espectáculo.
Cuando llego, tardo un poco en acostumbrarme a tu ritmo.
En mi [aburrida] ciudad, yo camino lento, mirando el piso o el cielo, pateando piedritas. Cruzo la calle sin mirar y en cualquier lado de la cuadra.
Pero en tu lugar no hay tiempo. Todos están apurados, metidos en sus problemas y tengo que apretar el paso para que no me lleven por delante.
A veces me quedo sin reacción aparente, clavada en el piso, como si todo ese frenético movimiento me impidiera moverme. Es una sensación rara.
Al fin me despabilo cuando Ale me apura. Me quejo de que ella camina rápido.
Avanzamos rapidísimo. Al bajar las escaleras del subte, mareas de gente preocupada nos reciben.
Algunos rostros sin cara (qué paradójico). Gente con cara de nada. Gente que quizás exista sólo en mi mente. Gente sin historia, parte del decorado, como extras en una película cuya banda de sonido es el ruido urbano.
Me avergüenza admitir que me asombra tanta diversidad cultural, ojos achinados, pieles oscuras, acentos raros y peinados afros, es algo que no estoy acostumbrada a ver.
Hasta la forma de vestir me parece diferente. Se ve cada cosa... En mi ciudad, si alguien saliera así a la calle, se darían vuelta diez personas y lo señalarían. Somos tan cerrados.
Buenos Aires, sos un mundo aparte.
Me fascina y me aterra a la vez. La velocidad vertiginosa del tren, la máquina expendedora de boletos en el colectivo, las bocinas de los autos, los carteles de neón, las marquesinas, las enormes publicidades. Me divierte poner la tarjetita del subte, aunque siempre quiero pasar por el molinete equivocado (fue muy loco comprobar que todavía hay gente macanuda que te explica cómo hacer).

Buenos Aires, sos otro mundo, que me llama y me quiere convencer. Pero no pertenezco a vos y me siento sapo de otro pozo, aunque me gusta probar un poco de tu plato de vez en cuando.
Buenos Aires, sos una tentación. Cuando llega la hora de irse, hacés que uno quiera quedarse un rato más.
"Ay no fuimos acá", "Uh no tuvimos tiempo de ir a tal lado", "La próxima venís por más días eh", se suceden los lamentos y las promesas.
Y cuando vuelva, otra vez serás una desconocida a la que estrecharé la mano.
Hasta la próxima.
En el viaje de vuelta, me dieron una comida fea y volqué el jugo (multifrutal, obviamente, que si hubiera sido de pera habría dedicado un post entero al sólo hecho de que hubiera ocurrido semejante milagro claro) sobre mi jean nuevo. Qué aburrido es viajar solo, cuando se termina la pila del mp3 y ponen una peli sin sonido y te olvidaste los anteojos en la valija...

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