domingo, 5 de diciembre de 2010

Una noche

En su viejo Cadillac gris, se fue por ese camino de tierra olvidado una noche con grillos y sin luna, formando una nube de polvo, de la que en pocos segundos ya no quedaba nada.
Ni se molestó en mirar atrás por el retrovisor. Había empezado y ya no podía parar.
El cielo, indefinido, no tenía la decencia de decidir entre soltar un poco de lluvia y dejar ver las estrellas.
Las cosas quedaron como estaban en el instante de la partida y se negaron para siempre a cambiar. El trato había sido silencioso e irrevocable.
Sólo quedaba ver cómo se alejaba pisando el acelerador, dejando una casa vacía, un café por la mitad y un cuento inconcluso.








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