jueves, 23 de diciembre de 2010

A la hora de la siesta

La escena parece salida de otro tiempo, de una época donde la gente silbaba por la calle y andaba más en bicicleta.

Calor. El traqueteo lento e incesante del ventilador se mezcla con un tango que sale de la radio mal sintonizada.

Las cortinas, rojas, pesadas, permanecen inmóviles dejando entrar un perfume dulzón por la ventana. Los pocos rayos de sol que se cuelan, iluminan diminutas partículas de polvo que bailan en la habitación en penumbras, abarrotada de objetos sin un orden aparente.

Abajo de la mesa, el perro sueña con un gran filete y una pelota nueva.

Las macetas en el alféizar desbordan verde y malvones cansados que piden lluvia.

El hombre enciende un cigarrillo y se dispone a escribir.

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