martes, 30 de marzo de 2010

Camino

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Las dos cuadras que hay entre la parada del colectivo y mi casa, cuando vuelvo de algún lado, son una gran parte de mi día. En especial a la tardecita, cuando salen las primeras estrellas y las luces de la calle se encienden tímidamente como si pidieran permiso.
El verano es más verano caminando cerca del cordón derecho, arrastrando un poco los pies. Si me taparan los ojos me guiaría por los olores.
Llegando a la primera esquina, se sienten jazmines y otra planta muy dulce cuyo nombre nunca supe. Huele a asfalto caliente, a pasto cortado hace poco.
Los grillos y los sapos sobresalen y parece que cantan al ritmo de mis pies.
Me dan ganas de saltar y dar vueltas y colgarme de un farol como en La vita è bella, pero no hay ninguno.
¿Y cuando llueve? Todo toma ese aroma embriagador y el cielo se pone bien gris. Mi cielo favorito.
El invierno es crudo y mientras avanzo irrumpiendo en el silencio, escucho solamente mis pasos perezosos. Me gusta respirar y hacer nubes de vapor con la boca.
De alguna manera, sentir el frío en ese trayecto me hace sentir viva.
El otoño y la primavera reflejan las transiciones evidentes por las que pasa nuestro hemisferio y en mi barrio se sienten más, puedo asegurarlo.
En abril las veredas se visten de ocre y rojizo, y yo pisoteo hojas sólo para oír el crac-crac-crac.
En primavera suceden milagros. Hay mariposas. Es el único lugar donde las veo, y no me explico por qué. Como si se escondieran del mundo y salieran a jugar en ese tramo olvidado de ciudad por el que casi no pasan autos y el viento dobla y dan ganas de ser liviano para que te lleve con él.
Si me mudara, lo que más extrañaría sería ese momento en que el colectivo frena, me bajo y empiezo a andar.
La gomería, la frutería, la casa grande con los jazmines y la planta dulce cuyo nombre nunca supe, nenes correteando y andando en bicicleta.
Mis perros divisándome desde lejos, con expresión de sospecha, y corriendo con la lengua afuera ni bien se dan cuenta de que soy yo.
Los arbolitos todos iguales y amarillos que hay pasando mi portón.
Esas calles guardan todos mis años, y las miles de veces que pasé por ahí, a veces triste, a veces contenta, pero siempre con la tranquilidad de saber que las conozco y me conocen, que son mías, y que me llevan a casa.

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