domingo, 29 de noviembre de 2009

Interrogantes

Qué momento sin igual, ese momento en el que ya no podés responder al famoso ¿qué querés ser cuando seas grande?, porque ya sos grande.
Y porque la pregunta debería ser ¿qué querés ser hoy?. Y no estoy segura si la respuesta es fácil de encontrar...




"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas"

(Mario Benedetti)

La vida es ahora

De vez en cuando me bajo de este mundo que gira tan rápido, pido gancho y me dedico a contemplar. Primero las caras, las personas, pasan a gran velocidad mientras me quedo parada, y después todo se va deteniendo y parece moverse en cámara lenta.
Miro a mi alrededor, y veo gente que representa un refugio para mí. Gente que me llama para ver cómo me fue en un examen, o que me cuenta anécdotas sobre el perro de su abuela, sólo para alejar mi pensamiento de las cosas que me molestan.
Gente amiga.
Y qué lindo es ver que los amigos van cumpliendo sus sueños. Que de a poco todos vamos encontrando nuestro lugar.

Algunos prontos a recibirse, otros pensando en probar los placeres y los castigos de la convivencia...
Viajes, recitales, oportunidades de trabajo. Pequeños momentos de gloria. Fotos con nuestros ídolos. Reconocimientos. Errores. Caídas. Independencia. Soledad.
Está el que luchó contra viento y marea y decidió arriesgarse a cambiar de carrera, o trabajó varios años para, por fin, seguir su instinto y estudiar lo que le gusta a pesar de los deseos de su familia. Está el que todavía no se decide, y no importa, porque todavía queda tiempo.
Es el momento de elegir, de arrepentirse, de pegar la vuelta y empezar a caminar para el otro lado sin razón.
Todavía quedan fuerzas, quedan ganas, queda casi casi todo.
Veo a mis amigos, algunos tan cambiados, otros tan intactos.
Algunos van encontrando lo que venían a buscar, otros aún no empezaron o no saben qué buscar.
Con otras expectativas, otras ilusiones, distintas de las que teníamos a los 12 años. Cansados de muchas cosas. Sí, a esta altura y ya cansados de algunas cosas.
Lo importante es que van eligiendo su camino. De a ratos acompañados.
Un par de corazones rotos y de historietas inconclusas.
Son pocos nuestros años, nuestra experiencia.
Siempre nos dicen que tenemos toda la vida por delante. Y espero que así sea, que tengamos muchísimos mañanas con los que pelearnos y a los cuales vencer.
Y ojalá que cuando pase el tiempo, todavía nos reconozcamos y, detrás de anteojos, ropa elegante y lo que sea, sigamos siendo nosotros.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Remolinos

A veces me encuentro justo en el borde de otra dimensión. La conocida.
Qué miedo.



Comillas

« Prosa »
"Prosa"

« Prosa »
"Prosa"

Suenan distinto.

«Prosa» suena a «Proooosa». Elegante. Afrancesado. «Pgosa»

"Prosa". Suena a que estoy insultando a la palabra, burlándome de ella, diciéndole: No te merecés estar al nivel de las otras en la oración. Suena a "pro" "sa", con acento argentino y ademán de imitar las comillas con las manos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Qué loco todo

~ "Pasan cosas inesperadas en la vida todo el tiempo. Como aquella vez en que estaba cortada Avellaneda, y el Azul agarró por Paz" ~

sábado, 7 de noviembre de 2009

¿Che qué estás cocinando? Nada, es mi hermano tocando el bongó

Tendríamos que poder oler la música y no sólo escucharla.
Mejor dicho, es ella quien debería ser capaz de emitir partículas que percibamos con el olfato.
Diversos aromas, digamos, según el instrumento o la melodía.
Para mí, el sonido de un violín tendría perfume a eucaliptus o a anís o a menta... O a una mezcla de esas cosas.
El del bajo a chocolate y el de la flauta a uva (pensarán que estoy loca).
El sonido de una guitarra olería como las maderitas quemándose en una fogata. Y a pasto mojado en verano.
La batería a flores, así sin más (queda un poco bala, pobres bateros).

¿Y si cada uno percibiera el aroma que le guste más?.
Después de todo, dos personas pueden mirar lo mismo y ver cosas diferentes, así que podría extenderse a los demás sentidos, ¿no?.

Qué loco sería el mundo si esto fuera posible, y cuánto más agradable.



lunes, 2 de noviembre de 2009

El virus del miedo

- ¿Querés vino?
- ¿Qué?
- Si querés vino - repitió ella, sacándolo de su ensimismamiento.
- ¡Ah! Sí, sí quiero - y la miró mientras llenaba su copa con lentitud y decisión.
A veces le parecía que ella había nacido para eso. No para llenar copas, no, sino para hacer las cosas con una desenvoltura envidiable y una actitud desinteresada que le provocaba besarla cada vez que la miraba.
Pero no se lo decía. Pensaba que a las mujeres no hay que dejarles saber que uno haría cualquier cosa por una de sus sonrisas.
Ella sabía que él la amaba, y punto. Con eso bastaba. Con eso siempre había bastado.
¿Para qué decirle que sin ella no podría existir? ¿Para qué aclararle que le gustaría verla todas las mañanas por el resto de su vida?
Se sentiría asfixiada y lo terminaría dejando por el primer imbécil que la tratara un poco mal. Sí, eso era seguro. Sabía muy bien que las mujeres son un poco masoquistas y prefieren tener de qué quejarse, que tenerlo todo.
- ¿Querés más ensalada?
- ¿Eh?
- ¿Dónde andás hoy? Estás en las nubes - dijo sacudiendo la cabeza y sonriendo un poco.
Se sintió avergonzado. Desvió la mirada, observó el lugar, la gente, las mesas. Estaban en un restaurante al que nunca habían ido. Decoración sencilla, comida a precios accesibles, buena atención, y quedaba cerca de su casa.
- Tengo que decirte algo - habló por fin.
- Decime - le respondió ella tranquilamente.
- No puedo verte más.
Se levantó de la mesa sin poder mirarla. Dejó un poco de dinero para la cuenta y caminó hacia la salida, con el corazón a punto de explotarle en el pecho. Abrió la puerta y el encuentro con el viento frío de la calle terminó de helarle el alma.