Música psicodélica, un poco mística. Folk, indie, algo de eso. Una especie de arpa con un par de soniditos techno y una voz lírica hipnotizante.
Ella baila descalza, sobre el colchón que está en el piso. Las uñas de sus pies pintadas de rojo carmesí. Nunca le gustaron sus pies.
La manta naranja en que está envuelta deja ver el tatuaje de su hombro. Fuma con los ojos cerrados y una mano entre las ondas de su pelo enredado. Lentamente, como si quisiera volverse parte de la canción.
El escritorio lleno de papeles y libros viejos. Cuentos sin terminar, buenas intenciones.
Suena el teléfono.
No atiende.
Continúa su danza, no como si fuera lo más importante, no como si el destino del mundo dependiera de eso. No. Sigue moviéndose porque es lo único que tiene sentido en ese momento y porque no tiene ganas de hacer nada más.
No le interesa nadie, ni siquiera ella.
El sol que entra por las rendijas de la ventana cuadricula su piel. Absorta en la apatía, no siente nada y a la vez lo siente todo.